Un postre muy típico de la cocina catalana, tradicional del día de San José, de ahí que también se conoce por el nombre de crema de San José, así como con el de "cremá" quemada por el sabor que le da el azúcar. Se elabora como unas natillas muy finas que una vez hechas se ponen en cazuelitas de barro o recipientes individuales, donde se sirven, se espolvorean con azúcar y se pasa una pala especial o plancha de hierro muy caliente con el fin de que se caramelice la superficie.
Este año lo he hecho coincidiendo con el día del padre, y acompañado con unas txirloras, una variedad de paste de té, típica de Bizkaia, pero es un postre con el que también disfrutamos cualquier domingo o fiesta. Nos encanta el contraste de la crema con la crujiente costra de azúcar que cubre su superficie.
1 litro de leche entera
200 g de azúcar
8 yemas de huevo
35-40 g de harina de maíz refinada
canela en rama
8 yemas de huevo
35-40 g de harina de maíz refinada
canela en rama
corteza de limón
azúcar para espolvorear
elaboración
Reservamos una tacita de las de café llena de leche y ponemos a calentar a fuego lento un cazo con el resto de la leche, la corteza de limón, la canela en rama y el azúcar.
Ponemos en un bol las yemas, la taza de leche reservada y la maizena, y batimos todo hasta obtener una crema lisa y homogénea.
Cuando lo hayamos mezclado añadimos poco a poco la leche cocida pasándola por un colador fino, donde quedará la canela y la piel de limón, removiendo sin parar hasta mezclarlo todo.
La leche tiene que estar caliente pero no hirviendo, ya que el huevo cuajaría.
Volvemos a poner la mezcla en un cazo y la cocemos a fuego suave, sin dejar de remover, hasta que la crema espese y cuidando de que no hierva en ningún momento.
Ponemos en un bol las yemas, la taza de leche reservada y la maizena, y batimos todo hasta obtener una crema lisa y homogénea.
Cuando lo hayamos mezclado añadimos poco a poco la leche cocida pasándola por un colador fino, donde quedará la canela y la piel de limón, removiendo sin parar hasta mezclarlo todo.
La leche tiene que estar caliente pero no hirviendo, ya que el huevo cuajaría.
Volvemos a poner la mezcla en un cazo y la cocemos a fuego suave, sin dejar de remover, hasta que la crema espese y cuidando de que no hierva en ningún momento.
Cuando la crema esté espesa, la retiramos del fuego y la vertemos en recipientes individuales de barro y dejamos que se enfríe por completo.
Antes de servir la crema distribuimos por encima el resto del azúcar y lo quemamos. Yo he resuelto este paso usando un soplete, el cual hoy me ha jugado una mala pasada, no quería funcionar, por lo que cada cazuelita, y eran seis, me ha salido diferente, pero todas con su capa de azúcar crujiente, no demasiado bonitas, pero deliciosas...
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